por Manuel Rodríguez Maneiro
La popular Cocina Económica de La Coruña, con sus casi 120 años de andadura, referidos a este año 2005, que es cuando se la ha incluido en la página web, es una de las instituciones benéfico-sociales de mayor solera con que cuenta la ciudad herculina, la Marineda de Pardo Bazán. Diariamente, centenares de personas acuden al comedor de esta institución a recibir su ración de comida con la que poder subsistir; hermanos nuestros, muy económicamente débiles, que carecen de lo más indispensable para vivir, de medios suficientes para hacer frente a la vida, que otrora disfrutaron de holgada posición social y que por azares de la vida se vieron obligados, muchos a implorar la caridad pública, o pobres vergonzantes que no salen a pedir aunque se mueran de hambre, pero que son atendidos por esta Cocina Económica. Y al lado de todos ellos, gentes en el paro, estudiantes sin medios económicos, viudas desamparadas, refugiados y repatriados, ancianos enfermos, madres convalecientes y todo el que pasa un mal momento económico han desfilado y desfilan por la Cocina Económica, donde cariñosamente han sido siempre atendidos.
A este respecto hay que destacar como la Cocina Económica viene manteniéndose, milagrosamente, desde su fundación en 1886. Y decimos milagrosamente porque ha pasado, a lo largo de su historia, por momentos de verdadera penuria económica. Pero siempre ha logrado salir a flote y proseguir su cotidiana tarea de servir, diariamente, raciones alimenticias a los menesterosos. Todo ello se debe así porque desde su fundación contó siempre con Consejos Rectores desinteresados, buen número de suscripciones, no el suficiente dado el desarrollo demográfico de La Coruña, donaciones y aportaciones, en general, de entidades, corporaciones, organismos, merced a las cuales se ha logrado lo que puede considerarse un verdadero milagro de supervivencia. Desde esta página web, la Cocina Económica hace un llamamiento general para mentalizarles que con una pequeña cantidad, por muy diminuta que lo sea, que aporten a la institución pueden hacer felices a muchos menesterosos, hermanos nuestros, que necesitan de nuestra ayuda moral y material.
IDEA DE CREAR LA “COCINA ECONÓMICA”
Expuesta la iniciativa de la Reunión Recreativa e Instructiva de Artesanos para atender a tantos menesterosos como pululaban por la ciudad al entonces gobernador civil, don Teodoro Baró, hombre sencillo y generoso, le pareció magnífica la idea y tras tener una favorable acogida por parte de todos los estamentos de la ciudad, la primera autoridad civil de la provincia nombró una comisión, formada por el alcalde don Evaristo Babé, el periodista Ricardo Acevedo, y don Ramón Pérez Costales, buen orador y ministro que había sido durante la Primera República. El proyecto de la Cocina Económica fue combatido en más de una ocasión, a pesar de la mala situación por que atravesaba la clase obrera e indigente en general, pues más de un político local y más de una entidad estimaban que mejor que establecer cocinas económicas era proporcionar trabajo a los necesitados y parados, lo que era muy difícil conseguir entonces a corto plazo y teniendo en cuenta que los estómagos no podían esperar a que surgiese el milagro. Simultáneamente se especulaba también sobre la idea de crear un barrio obrero y una tienda-silo, donde se surtiesen las familias necesitadas, pero prevaleció el primitivo proyecto, crear una Cocina Económica. Se consiguieron unos locales y todo se dispuso para que la Cocina Económica pudiese abrir, cuanto antes, sus puertas. Y así se fundó la que iba a ser una institución modelo, que en principio quedó establecida en una antigua tahona, convertida más tarde en fábrica de harinas, en la calle del Socorro, hoy de Juan Canalejo, esquina a la del Sol. La Cocina abrió sus puertas y asistieron las autoridades y representaciones y notable concurrencia de comensales, que aquel día comieron potaje y muchos de los cuales embarcarían, horas después, como emigrantes en el transatlántico de turno, rumbo a América. En aquel acto confraternizaron las clases acomodadas con los menesterosos, que compartían la misma mesa. Eran 18 las mesas para servir el primer potaje, y en torno a ellas tomaron asiento Pérez Costales, ministro de la Primera República, Nicandro Fariña, el consignatario de mayor prestigio entonces, el médico Emilio Fraga, de la Beneficencia Municipal, entre conocidos coruñeses. Durante el almuerzo actuó la banda de música de los “Cazadores de Reus”. Hizo los honores del Gobernador Civil, entusiasta acérrimo de la Cocina y se hicieron votos por el feliz mantenimiento de la Cocina Económica. Eran momentos difíciles, de aguda crisis económica, con guerras coloniales en Cuba y Filipinas y también en Marruecos.
Y desde entonces la labor realizada por la Cocina Económica de La Coruña fue imparable. Entonces fueron acuñadas y troqueladas monedas de latón sin curso legal, que adquirían las familias pudientes y coruñeses caritativos en general, los cuales entregaban en la vía pública a los mendigos y gentes menesterosas que pedían limosna y con ellas iban a la Cocina Económica (eran de 5 y 2 céntimos), donde a cambio de la moneda recibían una ración de comida, en suficiente cantidad para que no pasasen hambre el resto de la jornada. En el anverso figura la Torre de Hércules, con la leyenda: “Cocina Económica”, y en el reverso: “Fundada en 1886”.
La primera Junta de la Cocina la presidía don Antonio Lens Viera, farmacéutico instalado en la calle de San Andrés y honrado y fervoroso republicano, que rigió los destinos de dicha Cocina hasta 1933, cerca de medio siglo y en su afán de mantener una trayectoria limpia y ejemplar de servicio a los coruñeses necesitados, la benéfica entidad, por falta de recursos, suscripciones y subvenciones, tuvo que cerrar al año siguiente, pero la Junta siguió funcionando y merced a su tesón y esfuerzo reanudó sus actividades. Para la caridad y de la caridad estuvo viviendo la Cocina Económica y en momentos muy difíciles como los de la pérdida de Cuba y Filipinas en que la Cocina Económica tuvo que atender a tanto repatriado, enfermo, expulsado y en la miseria, que llegaban al puerto coruñés como si fuese su tabla de salvación. Y la Cocina se las veía y se las deseaba para hacer frente a tanta demanda de socorro. El local no era confortable y las instalaciones culinarias eran muy primitivas, en tanto que los empleados de la Cocina pasaban frío en el invierno. Pero nuevas ayudas volvieron a imprimir dosis de optimismo a la Cocina Económica, que cobró nueva vida al pasar del siglo XIX al XX. Los gastos para mantener la Cocina eran cuantiosos pues los artículos alimenticios habían encarecido y tenían que ser abonados en el momento de su adquisición. La situación económica no era boyante porque la mayoría de las cuotas eran de 1 o 2 reales. Por entonces eran repartidas, diariamente, de 700 a 900 raciones de comida, enorme demanda por falta de trabajo y la estrechez con que vivía el obrero. Por un perro chico (cinco céntimos) los usuarios de la Cocina tomaban una taza de caldo y por un patacón (diez céntimos) un plato de bacalao con patatas o de potaje con arroz, habas, garbanzos o lentejas. Por quince céntimos podía comer un plato de carne guisada. En cuanto a bebida, por cinco céntimos más, el beneficiario podía beber un vasito de vino, y por diez, uno un poco mayor. Más de un pobre vergonzante derramó 1ágrimas de amargura en 1os locales de la Cocina, entristecidos por su suerte. Prácticamente se vivía al céntimo cada día. Y así fueron pasando los años en que la Cocina fue superándose de sus tiempos malos y al iniciarse la Primera Guerra Europea, la Cocina pasaba por buenos momentos; su situación económica, era óptima sin que esto quiera decir que fuera boyante. Una serie de personajes coruñeses tomaron conciencia de la labor que estaba desarrollando la Cocina Económica, así como entidades bancarias, empresas, sociedades de recreo, colectividades, entidades, corporaciones, organismos. Sus donativos y subvenciones suponían un notable incremento en los ingresos a favor de la Cocina Económica.
HACIA UN NUEVO EDIFICIO.
En los años veinte don Antonio Lens expuso la necesidad de dotar de edificio propio a la Cocina porque los tiempos lo exigían. Las instalaciones inauguradas cuarenta años antes resultaban obsoletas y fue entonces cuando se propuso a la Junta la adquisición de la casa número 10, de la calle de Cordelería, y 53 de la calle Juan Canalejo, donde actualmente tiene su sede la Cocina, que estaba en venta. Al año siguiente, 1925, el inmueble fue adquirido en 35.000 pesetas de las de hace 80 años, cantidad que pagó el propio presidente de la Cocina, don Antonio Lens, de su peculio particular. Aquel mismo año la Cocina Económica fue clasificada como Entidad Benéfica Particular.
Llegada la guerra Civil Española, la Cocina Económica comenzó a servir raciones diarias a los alumnos de las Cantinas Escolares del Grupo Escolar da Guarda, en la Plaza de Pontevedra, servidas en la propia Cocina Económica, a base de caldo, potaje y guiso. Todo ello a petición de la Tesorería y Ropero da Guarda. Era el año 1937 en que se contabilizaron más de 200.000 raciones de comida, a razón de más de medio millar cada día. Y finalizada la guerra española, en un gran esfuerzo la Cocina atendió todas las demandas, distribuyendo más raciones alimenticias que en los años anteriores: cerca de un cuarto de millón, a pesar que ya comenzaban a escasear los víveres, al tener que ser atendida la zona republicana conquistada. A partir de entonces se avecinaron años de escasez alimentaria, de racionamiento y de estraperlo. Y fue cuando la Cocina Económica comunicó la imposibilidad de poder atender a una serie de demandas, como las Cantinas del Magisterio, que habían solicitado 100 raciones diarias de comida. No obstante desde el año 1941, en que comenzaron los “años del hambre” hasta la década de los 50 del pasado siglo fueron suministradas por la Cocina Económica más de cinco millones de raciones alimenticias de pan, caldo, potaje y guiso, con un total de gastos de más de tres millones de pesetas de las de hace más de medio siglo. Y al iniciarse los años 50 el número de raciones alimenticias que suministró la Cocina, pasó del medio millón, siendo de destacar las obras realizadas en el inmueble: renovación de la techumbre del edificio, renovación del mobiliario del comedor y modernización de las instalaciones culinarias. A su vez, a lo largo del pasado siglo se pasaba de los primitivos y modestos menús de pasados decenios a las comidas de nuestros días, con todo una gama de platos: caldo, sopas, tortillas, legumbres, leguminosas, callos y calamares, bacalao, pollo, carne guisada, frutas, como los que condimentan en hoteles y hogares coruñeses.
La labor de la Cocina Económica ha sido reconocida por el Ayuntamiento de La Coruña, que al cumplir los cien años de vida de la Cocina se le otorgó la Medalla de Oro de la ciudad. Y a partir de entonces, las instalaciones de la Cocina fueron objeto de ampliación, que convirtió su terraza en comedor de la Tercera Edad. Se puso en funcionamiento el servicio de desayunos para gentes que, sin recursos, vagan por la calle solicitando ayuda. Últimamente se estudia el proyecto de abrir una lavandería-ducha-guardarropía, servicio orientado a atender a los que pernoctan en la calle, número elevado detectado y que pueden beneficiarse del mismo.
El acudir a diario a la Cocina Económica crea entre los habituales menesterosos un clima de camaradería, familiaridad, respeto, simpatía. Los beneficiarios de la Cocina económica muestran buena educación, no hay alborotos y allí procuran mostrarse comedidos y agradecidos. Por otra parte, servir a todos por igual y por el mismo precio (el simbólico de seis céntimos de euro) desde hace 20 años, según nos dice don Fernando Suárez, administrador de la Cocina Económica desde hace casi 70 años y consejero de la entidad, quien define este precio, no como una limosna sino como ayuda a la Institución. En definitiva, diariamente, son distribuidas 600 comidas y el número de socios colaboradores pasa de los 3.000. La Cocina económica sería incapaz de abrir sus puertas a los menesterosos coruñeses sin la colaboración de la ciudad, generosa y liberal como siempre lo fue, que nunca permitiría que la Cocina, con 120 años de existencia y de labor benéfica ininterrumpida desde 1886, desapareciese de la faz herculina. Es de esperar, pues, que esta Institución pueda seguir cumpliendo los fines para que fue creada: “Dar de comer al hambriento”; una de las obras de misericordia que el género humano está obligado a realizar.
Manuel Rodríguez Maneiro (La Coruña, Diciembre de 2005)